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quarta-feira, 2 de setembro de 2009

Niños feriles

Navegando por la red, me he encontrado con distintas historias sobre niños feriles, niños que han sido abandonados en ambientes naturales, en los cuales han sobrevivido al ser adoptados por animales.
Una de las tantas historias que pueden mencionarse es la de las dos niñas-lobo Kamala y Amala en 1920.


Ambas habían vivido en completo aislamiento de los seres humanos, siendo su único contacto una manada de lobos que las adopto y las crió. Fueron descubiertas por el predicador J. L. Sing. y llevabas a la civilización donde su readaptación fue en extremo difícil, porque eran agresivas y rehusaban el contacto humano, su olfato y visión nocturna estaban grandiosamente desarrollados, no sabían sonreír ni llorar, en resumen solo tenían de humanas su cuerpo, respecto a los demás sentidos eran dos lobas, por un momento se pensó que eran hermanas pero investigaciones posteriores se concluyo que ambas niñas fueron recogidas por la manada en diferentes situaciones temporales.
Fueron llevadas a un convento donde al poco tiempo Amala muere de disentería (enfermedad infecciosa) Kamala fue vista llorar” aullando al lado del féretro y luego retirada en un rincón oscuro los días siguientes. Luego de eso los esfuerzos se concentraron en civilizar” a Kamala que mostró ciertos avances en cuanto a sus costumbres (se dejaba vestir y comer en platos corrientes, caminar erguida y más sociable) y en cuanto al lenguaje aprendió unas 40 palabras monosílabas, aunque nunca dejo de ser una niña-lobo completamente (jugaba siempre con los perros). Vivió hasta 1929 año en que contrajo la fiebre tifoidea y luego de dos meses de enfermedad falleció. Fue enterrada junto a su hermana”.
Otros casos y muy diferentes son de los niños que fueron, cabe citar la historia reciente de Danielle Crockett, ahora (Dani Lierow) que fue abandonada a su suerte dentro de un placard reducido durante los primeros siete años. Aquí su historia:



La familia Crockett había vivido en un ambiente de alquiler por tres años, cuando por primera vez alguien vio un rostro asomarse por la ventana. Una niña pálida, con los ojos oscuros. Todos en el vecindario sabía que en esa casa vivía una mujer con su novio y dos hijos adultos, pero nadie había oído que una niña también viviera allí. La niña parecía joven, 5 o 6 años tal vez, demasiado delgada. Sus mejillas parecían hundidas y su mirada perdida.

Pasaron meses sin que ese rostro apareciera, hasta que el mediodía del 13 de julio de 2005 un coche de la policía de Plant City estacionó frente a la casa. Dos policías entraron por una denuncia anónima de abuso de menores. El oficial Holste era uno.
Afuera encontraron un auto estacionado y una mujer tirada en el asiento de atrás. Los efectivos caminaron a través de una sala de estar hacinada, un caos, que Holste, intentó resumir:
-He estado en habitaciones con cuerpos pudriéndose por semanas, pero nunca fue algo tan malo. No tengo manera de describirlo, la orina y las heces de perros, gatos y humanos por las paredes, en la alfombra, pudriéndose.
Holste miró a su alrededor y vio a una mujer, a la que le exigió saber si ella vivía ahí.
-“Que sí, que vivía con sus dos hijos y… una hija”.
El policía recorrió la casa, abrió un placard y noto que algo se movía. Y antes de ver a la niña, vio sus ojos, oscuros y redondos, fijos. Estaba sentada en un viejo colchón en el suelo. Su pelo estaba largo y sucio, cubría su rostro con un brazo flaco; tenía picaduras de insectos, erupciones cutáneas y llagas en su piel. Aunque parecía tener la edad suficiente para estar en la escuela, ella solo tenía puesto un pañal.
El oficial le pregunto por su nombre pero la niña no respondió. Mirando alrededor de ella el placard solo tenía algunos juguetes cubiertos de cucarachas. (Su madre había dicho que tenía siete años, y se llamaba Danielle).
Pesaba alrededor de 20 kilos, estaba desnutrida y anémica. En el hospital intentaron alimentarla, pero no podía ni sabía tragar alimentos. Nunca había ido a una escuela, nunca había visto un médico, no sabía siquiera sostener una muñeca. Su cuerpo no reaccionaba ni al calor ni al frío, y tampoco al dolor. De vez en cuando, gruñía.
La doctora Kathleen Armstrong, fue la primera psicóloga que la examinó, determinando que Danielle no era sorda o autista, ni padecía dolencias físicas tales como parálisis cerebral o distrofia muscular. Sólo se le diagnóstico el llamado “autismo de medio ambiente”, una persona que nació normal pero debido a la carencia de interacción con otras personas por tanto tiempo, se ha retirado en sí misma. Los chequeos médicos y el cuadro encontrado en la casa, llevaron a los médicos a determinar que ella nunca había visto el sol, nunca había recibido un abrazo. Si caminaba solo lo hacia con la parte externa del pie
“Lo más increíble en ella era su falta de compromiso hacia con la gente. No respondía a los abrazos, incluso un autista responde a ellos señaló Armstrong.



“Mi esperanza era que sería capaz de dormir toda la noche, estar sin pañales y alimentarse a sí misma”, mencionó la doctora Armstrong.

-Si las cosas iban muy bien”.
Dijo
-Danielle terminará en un agradable hogar de ancianos”.
Mientras el juez prohibió a la madre acercársele o llamarla mientras fuera investigada por sospecha de abuso de menores.
Dani fue enviada mientras tanto a un orfanato y en octubre de 2005, finalmente ella comenzó la escuela.
Su primer maestro, fue Kevin O’Keefe, quien relató que había que darle los alimentos en la boca como a un bebé y que frecuentemente tenía episodios de agitación.
-“Ella no quería ser tocada. Llevó un año consolarla”.
Un año después se estaba a la búsqueda de un hogar sustituto, pero la dificultad estaba a la vista que pareja querría a una niña de 8 años que aún usaba pañales, y que su sociabilidad era casi nula.
Sin embargo la pareja apareció Bernie Lierow, de 48 años, remodelaba casas. Su esposa Diane, tenía 45, y limpiaba casas. Ambos ya tenían cuatro hijos de anteriores matrimonios y tuvieron uno juntos. Lamentablemente Diane no podía tener más hijos, y Bernie siempre había soñado con una hija. Por eso decidieron la adopción como la mejor opción.
En el orfanato y en medio de otros niños Diane la vio por primera vez, y llamó a Bernie para que la viera.
-“Ella sólo parecía necesitarnos”.
Mencionó Bernie, pese a que, añadió.
-“Ella era todo lo que yo no quería, pero no puedo olvidar el dolor en sus ojos”.
Llevarla a la escuela no fue una tarea sencilla, pese a que Diane le tomaba la mano con suavidad, Dani parecía no darse cuenta de eso. Sólo cuando Bernie se ponía a su misma altura, ella parecía concentrar su mirada en él.
Luego de dejarla en la escuela, esa noche, tuvo un sueño que definió su decisión. Dos grandes manos aparecieron, entrelazadas, y por ellas se deslizaba Danielle.
La educación de la niña fue un camino lleno de baches. Danielle no dormía, no sabía abrir los envoltorios de chocolates y los comía así como se lo daban. Con el tiempo, y algunos medicamentos suavizaron su temperamento, lograron que se fuera socializando.



A pesar de toda la ayuda del matrimonio a Danielle, ella aún no era su hija. La madre biológica, pese a ser condenada a 20 años de cárcel, no quería cederles la custodia. Finalmente, los fiscales lograron un acuerdo en que ella renunciaba a sus derechos como madre a cambio de una leve condena de sólo dos años de prisión domiciliaria y 100 horas de trabajos comunitarios. De esta forma Danielle se convirtió oficialmente en la hija de Bernie y Diane Lierow; ellos solo le dicen Dani.

Luego de un año de vivir con su nueva familia, Dani no se parece en nada a la niña que el oficial Holste encontró en el fondo de un placard. Ha crecido en altura y peso. Pese a que todavía tiene ataques de furia sin motivo ni razón, sus padres pueden observar diferentes progresos en su personalidad. Un ejemplo de ello es que ella parece molestarse cuando sabe que los ha decepcionado.
-“Es la mejor prueba de que le importamos”.
Dicen Bernie y Diane sonrientes y complacidos.
Actualmente asiste a terapia con animales (en su caso caballos) para suavizar su comportamiento y mejorarlo. Requirió mucho tiempo, pero lograron que aprendiera a abrazar a un oso de peluche, y que ya no se sintiera sola. Aún no habla y por eso toma clases frente a un espejo, la profesora le hace soplar con sus labios para que sienta que tiene aire. Es el comienzo para que pueda comenzar a decir palabras.


Dani Lierow ahora tiene 10 años y ya aprendió a sonreír

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